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PIERROT, ESE OSCURO OBJETO DEL DESEO

 



PIERROT, ESE OSCURO OBJETO DEL DESEO

 

Artista, ilustrador, editor, escritor iconoclasta, cortometrajista, cineasta en la sombra, dramaturgo, productor, hombre orquesta, showman, icono gay o asesino de muñecas son sólo unas pocas (y pocas son) descripciones para hablar de quien aún así ha seguido siendo un gran desconocido de la cultura moderna: la de Antonio Gracia José, siempre Pierrot.

 

El cineasta Eduardo Gión se ha propuesto devolverle el principado del arte oculto más fetichista al que siempre ha pertenecido mediante su mediometraje documental “Lentejuelas de Sangre”, un repaso a su aportación artística durante la década de los setenta, especialmente a un género que ofrecía tanto potencial de perversión como fue el terror con cuna en una Barcelona contracultural y de efervescente provocación.

 

 

De hecho, es difícil imaginar la trayectoria artística de Pierrot en otro enclave que no fuera esta ciutat condal, efugio cultural de la dictadura y preparada (casi anhelante) para los primeros espectáculos trans y de drags queens impensables para la época. ¿Dónde si no Antonio Gracia iba a ser Pierrot si no era a dos pasos del único soplo de aire fresco para el cine español que era el festival de Sitges, y para el que sería una figura clave tanto promocional como artísticamente?

 

Y en este contexto, Gión descubrió Pierrot. “Yo andaba buscando un personaje para un documental”, nos cuenta Eduardo Gión, “y leyendo su libro (“Memorias Trans", 2006), me quedé fascinado con el personaje de Madame Arthur, uno de los primeros transformistas de la Barcelona canalla, y realicé el documental gracias a él (“Madame Arthur”, 2011)”. A partir de ese momento Gión tuvo claro que su siguiente proyecto se centraría en Pierrot. “Nos fuimos viendo todos los jueves tarde en su casa, y me fue enseñando videos, dibujos, de toda su parte artística teatral y cabaretera, un día me abrió un armario de donde me mostró unos Súper 8 de terror que él grababa en los 70 clandestinamente y me contó que durante esta época se dedicó al mundo del terror, incluso realizando los primeros carteles del Festival de Cine de Sitges. Y me quedé alucinado. Decidí que ese iba a ser mi nuevo documental”.

 

 

Pero la muerte de Pierrot en 2011 sorprendió a Gión en plena labor de documentación, recabando para su siguiente trabajo (“Lentejuelas de sangre”, 2012) los testimonios de sus propios compañeros de escenario, que recuerdan desde su salita de estar (lo cual es un acierto para el documental) aquellas representaciones clandestinas de lo que luego se ha venido a llamar teatro de impacto, o gran guiñol. Un género que, literalmente, aún estaba en bragas y que Pierrot no tuvo reparos para explotar su sexualidad y horror ante un público que muchas veces ni siquiera sabía donde se metía, pero que estaba deseoso de tal sacudida.

“Los pocos que ya quedaban del elenco de Grupo Pierrot, ahora lo ven como un paso adelante en la época”, nos cuenta Gión. Sin embargo, “cuando lo realizaban no pensaban en lo que hacían, era algo instintivo y sin ningún ánimo de provocar, para ellos era algo normal. Muchos de ellos ahora se escandalizan más que antes, y a veces tenían que frenar muchas de las ideas de Pierrot porque la censura acechaba”.

 

Las producciones teatrales de Pierrot de finales de los ’60 y principios de los ’70 (como ‘Manjar de ratas’, ‘El eclipse de los divos’ o ‘El vampiro’) se estrenaban en la sombra, imposibles para la aprobación de la censura, pero al final “acababa haciéndolo de un modo u otro. Todos lo ven como un genio, un transgresor, un adelantado a su época”, concluye Gión.

 

 

Pero el cine doméstico estaba a punto de entrar en la vida de Pierrot como en la de todos los españoles en forma de Súper 8… y claro, poca voz tienen las voces retrógradas a cerca de lo que ocurre dentro de nuestro armario. “Cuando vi por primera vez esos Súper 8 me quedé alucinado”, reconoce Eduardo Gión, “de lo moderno y atrevido que me parecía todo, siendo la época que era”. Vampiros interpretados por travestis, sangre y leche, plumas y lentejuelas, religión y sexo se mezclaban en aquellos videos casi domésticos con un humor e irreverencia absolutamente anacrónicos para el momento. “Era una época gris a la que Pierrot ponía un toque de color” con sus representaciones de impacto, tras las cuales proyectaba sus películas en el escenario. “Era un escándalo y una modernez  nunca superada” sentencia Gión, lamentando que “ahora somos más antiguos y aburridos”, a pesar de que él mismo ha seguido organizando a modo de homenaje espectáculos de cabaret en el Antic Teatre de Barcelona donde el propio Pierrot hacia sus representaciones cuando el local aún era conocido como Círculo Barcelonés San José.


De modo que cuando Pierrot desempolvó todos esos viejos Súper 8 que guardaba en el armario y se los enseñó a Eduardo Gión éste pudo comprobar que allí también había bellos esqueletos y muñecas rotas, una vampírica ambigüedad sexual (que ríete tú de los amaneramientos de Tom Cruise en ‘Entrevista con el vampiro’) y un nuevo formalismo de videocreación solo comparable con un personaje contemporáneo al otro lado del charco llamado Andy Warhol.

 

 

Puede que comparar el teatro de impacto de Pierrot con la Factoría psicodélica de Warhol o la filosofía del “todo vale con mi cámara de video” de la que ambos hicieron apología resulte demasiado tentador. Pero incluso a Gión le resulta divertido considerar a su querido Pierrot con un Warhol catalán. “Con amigos tan totales como Pepe González, Sant Julian, Paul Naschy, Violeta la Burra, Madame Arthur, Cristine, cada uno muy diferente en su arte, se podría haber montado una Factory inmensa”.


Sin embargo el escarceo de Pierrot con el cortometraje de autor fue lamentablemente breve; y Gión ha tenido la suerte de rescatar para su “Lentejuelas de sangre” extractos de aquellas películas malditas de títulos tan sugerentes como “Miss Drácula contra el imperio de la leche” (1973) o “La muñeca” (1975), entre otras.
Su Drácula era un travesti alcohólico, émulo de Marilyn Monroe y adicto a la leche materna; mientras que su “muñeca” era una versión aberrante de otra obra ya de por sí bizarra llamada “El asesino de muñecas” (Miguel de Madrid, 1975), uno de los primeros slasher españoles con un dandi sociopático, ambiguo y elegante que parecía sacado de la némesis más perturbadora de nuestro idolatrado Raphael. Y claro, Pierrot se quedó prendado de un personaje que parecía extrapolarle a él mismo hacia la pantalla. Salvo que en esta transferencia el humor canallesco, el terror-glam, las boas emplumadas y las lentejuelas de sangre eran fetichismo obligado.

 


Como para no proyectar aquellas perversiones clandestinamente, cuando la única información cinematográfica que tenían los españoles sobre travestismo hasta entonces era o bien la edulcorada ‘Con faldas y a lo loco’ (Billy Wilder, 1959) o el psico-thriller de Alfred Hitchcock (‘Psicosis’, 1960) con su conveniente explicación del síndrome de Edipo. Y para colmo, el fenómeno trans más divertido del momento que podía haber facilitado la degustación del cine de Pierrot, ‘The Rocky Horror Show’ (Jim Sharman, 1973; y su posterior película), pasó desapercibido para la cultura española hasta varias décadas después. Aquí la única y tímida aproximación que haríamos no sería hasta 1978 con el dramón “Un hombre llamado Flor de Otoño” (de Pedro Olea).


Pero el crápula de Pierrot no estaba para dramas en lo que era su estado natural, y tanta fascinación levantó en él “El asesino de muñecas” que no pudo evitar dedicar una minuciosa entrevista a su protagonista, David Rocha, en la revista que por aquel entonces editaba bajo el título de Vudú. Y es que la aportación que pudo hacer Pierrot al cine oculto de los años setenta no es tanto por el puñado de cortometrajes que realizó entonces, por más que vinieran a ser nuestro pedacito del ‘Rocky Horror Show’, sino por su implicación en los números de ésta publicación del ‘75 y en los de una anterior del ’73 en la que él colaboraba: Terror Fantastic. Ambas convertidas hoy en codiciados objetos de coleccionista.

 


Con ambas publicaciones, Pierrot se convirtió en uno de los precursores de la prensa freak especializada en el cine de terror, el cómic y otras performances artísticas impensables para la época en las que se tocaban temas como el sadismo, la brujería o el transformismo. En ellas Pierrot desplegó todo su talento como editor, articulista e ilustrador, compartiendo staff con colaboradores de prestigio como el propio Paul Naschy (con quien acabaría estableciendo una peculiar amistad) y prestando una especial atención a un joven festival de cine que se celebraba en la localidad cercana de Sitges.


Y una vez más, la aportación de Pierrot al cine oculto español va más allá del mero rodaje. Ya que su implicación con el Festival de Sitges durante esta época como promotor y relaciones públicas podría compararse de manera vivaz con la labor de nuestro glamuroso rey midas contemporáneo Mario Vaquerizo (quién por cierto no se perdió el estreno de ‘Lentejuelas de Sangre’ en Madrid). Aún así, su labor artística con el festival tampoco es nada desdeñable y a él se le deben los carteles del certamen entre 1972 y 1974.

 


Ya fuera en las páginas de las revistas en las que colaboró o en sus propios dibujos, el Pierrot ilustrador retrató a sangre, gouache y tinta china gran parte de la cultura iconoclasta del momento (como también lo hizo Warhol): desde Mickey Mouse a Charlot, pasando por la Monroe y la Dietrich, hasta incluso los carismáticos personajes travestidos de Wilder, pero también a otros queridos monstruos. Los dráculas de Lugosi y Lee, el hombre invisible de Whale, la momia y el engendro de Frankestein de Karloff o el mismísimo King Kong, se paseaban pluma mediante de Pierrot en algunos de los carteles más emblemáticos que hizo para el evento de Sitges. Pero sin duda el más significativo y que más quebraderos de cabeza le trajo fue el primero: una vidriera católica en la que estos mismos monstruitos se presentaban como santos varones del cine de terror. “Fue detenido por atentar contra la moral y la religión”, nos explica Gión acerca de una de las curiosidades más populares del Festival de Sitges.


La persecución de la censura (que incluso llegó a cerrar una de sus exposiciones sobre el festival el mismo día su inauguración) “le asustó tanto que decidió abandonar todo el mundo del terror”. Aunque eso no evitaría que llegara a estrechar lazos con el wolfman español por antonomasia, Paul Naschy.

 


Años después del polémico cartel encontramos en la hemeroteca de Sitges una de las fotos más significativas del Pierrot productor y relaciones públicas fraguando, copa en mano, un plausible proyecto sobre el Drácula definitivo español con el propio Naschy (el vampiro cinematográfico) y José Lifante, el vampiro de los escenarios que había protagonizado la primera y aparatosa adaptación de la obra de Stoker en los teatros españoles (sí, la misma que recuperó recientemente Ramón Langa con misma suerte). El propio Lifante cuenta con maestría en uno de los momentos cumbre de “Lentejuelas de sangre”, como ese proyecto empresarial de Pierrot se quedó en aguas de borrajas, quizá por las ínfulas estelares del propio Naschy, quizá por la propia infecundidad de un proyecto maldito. Lástima.


En cualquier caso, “Naschy y Pierrot fueron muy amigos durante toda la vida”, explica Eduardo Gión. Hasta el punto que Pierrot llegó a hacer cameos en algunas de sus películas como “La bestia y la espada mágica” (1983) o la muy reivindicable “Kamikaze” (1984). Además, a parte de colaborar como actor en sus películas, “Pierrot fue al único que Naschy dejó entrar para que hiciese fotos en la caracterización de su hombre lobo en una serie de fotografías que nunca vieron la luz”, dice Eduardo Gión, “y que pronto mostraré en una exposición”.

 

 

Cabe destacar que Paul Naschy también le cedió su voz en off para una obra teatral que Pierrot iba a realizar sobre vampiros trans en Madrid “y que grabó en el camerino de un gay club de Madrid”, nos confiesa Gión. Algunos segundos de esa voz en off sirven incluso como narración de ultratumba para “Lentejuelas de Sangre” generando una inesperada sacudida entre el público más incondicional.


Sin embargo Pierrot acabó por distanciarse del mundo del cine “debido en gran medida a ese encontronazo con la censura”. Aún así durante los años siguientes continuó ejerciendo como ayudante de producción en la sombra para algunos trabajos de Naschy, dejándose ver en alguna que otra película de la época como ‘Los caraduros’ (Antonio Ozores, 1983) y, por supuesto, rodando sus cortometrajes aunque ya centrados de manera casi exclusiva al mundo trans y cabaretero.

 


Gión decide concluir aquí su “Lentejuelas de Sangre”, sin abordar incluso el epílogo de Pierrot (el de su enfermedad y muerte), para compartir con el público una de sus facetas más desconocidas, la de su breve pero intensa aportación al submundo del terror español, y dejando encendido el luminoso con su nombre en el género teatral del cabaret y el transformismo, que le debe en gran medida su resurgir de la tumba tras casi cincuenta años marcados en España con la letra escarlata de la “inmoralidad artística”.

 

En su última etapa, como escritor, Pierrot hizo un profundo estudio sobre esta época y las que vendrían después gracias al destape, la movida de los ’80 y la cultura de los shows de los ’90 en libros como “Memorias Trans” (2006), “Memorias del espectáculo” (2008) o “Un falo lo tiene cualquiera” (2010). E incluso se permitió algún que otro escarceo de última hora con el terror y la crónica negra de sucesos como “Enriqueta Martí: La vampira de Barcelona" (2007) o su antología “Mitos del terror” (2007). Pero todo esto ya es otra historia.

 

UC (Manu Cabrera).

 

Antonio Gracia José - Pierrot
Barcelona, 10 de marzo de 1942 - Barcelona, 19 de febrero de 2011